Los sentimientos y valores que se agitan tras el conflicto por las islas.
Por Diana Kordon, Lucila Edelman y Darío Lagos | Para LA NACION
Lunes 16 de abril de 2012
Los autores Diana Kordon, Lucila Edelman y Darío Lagos, médicos psiquiatras, son miembros del Equipo Argentino de Trabajo e Investigación Psicosocial (Eatip).
Las Malvinas están tan incorporadas a nuestra subjetividad que no podemos representarnos el mapa de la Argentina sin la imagen visual de las islas, cargada de significaciones. Este tema pone en juego ideas y pasiones transmitidas a través de generaciones y constituye un aspecto de nuestra identidad nacional.
Identidad que es la conciencia implícita o explícita de pertenecer a una comunidad, de compartir un patrimonio de bienes culturales, una historia y un territorio en los que nos vinculamos con aquellos que tuvieron influencia en la vida colectiva, como los héroes, los revolucionarios, los liberadores, los fundadores e incluso los ancestros míticos.
La identidad colectiva y la pertenencia social que de ella se desprende conforman el entramado de base que nos define como sujetos sociales, en el cual se apuntala la subjetividad individual.
Las marcas sociales son particularmente fuertes e incluyen siempre aspectos valorativos. Nos identificamos con ellas a partir de enunciados identificatorios que si bien son formulados primariamente por los padres, se transmiten también a través de sus sustitutos simbólicos, las instituciones, y de los liderazgos reales y míticos. Estos enunciados son producto de las prácticas sociales y nos referencian tanto a los orígenes como a los acontecimientos por los que vamos atravesando como conjunto. Los recibimos permanentemente en la vida cotidiana, en los mitos, en la historia, en el anecdotario, en los medios masivos de comunicación.
Si bien en la sociedad moderna adscribimos a múltiples identidades colectivas, la identidad nacional es fundante: en el momento mismo del nacimiento quedamos inscriptos en una cadena genealógica y en una nacionalidad. El reconocimiento de nuestra filiación habilita nuestra libertad de futuras afiliaciones. Que habilite no quiere decir que garantice, dado que los discursos del poder tienen efectos alienantes que condicionan relativamente nuestras posibilidades de elección.
Nuestro territorio fue invadido y colonizado. Como en el resto de América latina, la agresión exterior, la conquista española y la resistencia a ésta tuvieron un papel fundamental en la construcción de bordes materiales y culturales que delimitaron un adentro y un afuera. Esta conquista nos dejó un idioma hegemónico, el castellano, pero que cumplió, no obstante, un carácter unificador. En el proceso de historización lo de adentro fue constituyendo una identidad colectiva que incluye no sólo el antecedente de la conquista, sino también la lucha emancipadora.
El genocidio indígena que se llevó a cabo durante varios siglos dejó huellas profundas. Las corrientes inmigratorias de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, de gran peso en la Argentina, implicaron nuevas marcas que recrearon perfiles de identidad.
Se fue conformado, de este modo, en la integración con las generaciones posteriores, un «nosotros», un conjunto cuyas representaciones y códigos comunes nos fueron otorgando pertenencia y construyendo significaciones y sentidos comunes, que se fueron modificando de acuerdo con cada momento histórico y con las necesidades sociales. Se instituyeron discursos y mitos sobre los orígenes, la historia y los destinos del conjunto. Este proceso de construcción de la identidad nacional atravesó y atraviesa numerosos conflictos en su interior.
Gran Bretaña desplegó históricamente una estrategia de colonización y dominación en nuestro territorio. Las invasiones inglesas (1806 y 1807), la ocupación de Malvinas (1833), el bloqueo anglo-francés (1845) y, en el plano económico, el recorrido desde los primeros empréstitos a la penetración de sus corporaciones que se mantiene hasta hoy son parte de esa estrategia.
El rechazo a las invasiones inglesas no es sólo un antecedente inmediato fundamental de la Revolución de Mayo, sino también una marca de origen inscripta en la historia y la identidad colectiva, de la resistencia popular a la opresión colonial. La ocupación de Malvinas fue emblemática. Los usurpadores mutilaron nuestro territorio, en una pequeña muestra de lo que fue la expansión en todo el mundo de su imperio colonial.
Reivindicar Malvinas frente a Falklands, así como conmemorar el rechazo a las invasiones inglesas, implica sostener nuestra capacidad de no aceptar lo impuesto como verdadero, y ancla en un aspecto de la subjetividad vinculado al anhelo de autonomía y en el sentimiento de rebeldía como autoafirmación.
La historia pone en evidencia que el sentimiento de pertenencia social y diferentes formas de identidad colectiva pueden atravesar por diferentes vicisitudes. En situaciones de disgregación social, muchas veces la identidad nacional funciona como un soporte que sostiene el sentimiento de continuidad de un grupo social. En otros casos puede ser usado por el poder para perpetuar situaciones de dominación. Puede ser exacerbado para absolutizar la noción de gran nación a los efectos de lograr consenso y cohesión para ejercer opresión sobre otras naciones. Otras veces puede ser utilizado para sostener enfrentamientos entre diferentes países. Pero, sobre todo en los países donde la intervención extranjera explícita o subterránea es muy marcada, la identidad nacional tiene un papel progresivo para desarrollar movimientos que la enfrenten y conquisten su emancipación.
La idea-afecto puesta en juego en la defensa de la soberanía sobre Malvinas, lejos de ser un efecto de la tradición como pilar del statu quo, se inscribe en la resistencia al colonialismo y la opresión extranjera, y forma parte del movimiento social instituyente de carácter transfor-mador.
El reclamo por Malvinas es trabajo de memoria. Pero es también acción de presente y de proyecto. No se trata sólo de una reivindicación histórica justa, sino de una problemática que se reactualiza con la militarización de la región por parte del gobierno inglés, inscripta en una disputa geopolítica, y con la apropiación de nuestros recursos naturales por las grandes corporaciones, muchas de las cuales son las mismas que saquean impunemente nuestro territorio continental.
Las empresas que acompañan la permanencia colonialista en el Atlántico Sur y depredan nuestras riquezas en esas zonas son las mismas, aunque no las únicas, que están en el territorio continental en la explotación megaminera y en la expoliación de nuestras fuentes de energía, como la British Petrolium.
Los tratados de Madrid y de Londres firmados por el gobierno de Menem en 1990, lejos de referirse exclusivamente a las Malvinas, abarcan aspectos que incumben a todo el territorio argentino. Estos tratados garantizan la promoción y protección de inversiones inglesas en la Argentina, es decir, dan garantías a las corporaciones dedicadas, entre otros rubros, a la extracción y explotación de nuestros recursos naturales.
El gobierno nacional jamás ha hecho mención de estos tratados, sigue sosteniendo la acción de estas corporaciones en distintas partes de nuestro territorio e incluso amplió por varias décadas concesiones petroleras mucho tiempo antes de que éstas vencieran.
Una vez más, los hechos no coinciden con el discurso oficial. Mientras las palabras muestran la intención de defender nuestra soberanía, las acciones no se ejecutan. Existe una ley (26.659), aprobada por unanimidad en el Congreso en abril de 2011, que condiciona la actividad petrolera de las corporaciones en la plataforma territorial y plantea sanciones a las empresas que operan en nuestro territorio continental que tengan alguna vinculación con aquéllas. Esta ley aún no se ha reglamentado y parece seguir el mismo destino que la ley de glaciares.
¿Cómo se puede hablar de nuestra soberanía en las Malvinas y mantener los privilegios de estas empresas en todo el territorio nacional? ¿Cómo se justifica una pretendida defensa de lo nacional mientras se avala la represión a las puebladas de Famatina, Andalgalá, Tinogasta y tantas otras, y se da zona liberada a las patotas de las corporaciones megamineras?
La cuestión del discurso no es secundaria. Hay una política oficial de lo enunciativo que ancla en aspectos de la subjetividad vinculados a necesidades sociales y a deseos, anhelos, expectativas, y que presenta al gobierno como vehículo de resolución.
El discurso altisonante produce un efecto de confusión subjetiva cuando se comprueba que las acciones no se corresponden con lo que se dice o se promete. La contradicción entre los hechos y las palabras nos produce, muchas veces, desconcierto. También nos desconcierta la presencia de un hiato de silencio, producto de pactos y acuerdos que desconocemos. El tema del silencio merece ser mencionado, ya que es fuerte la contraposición con la prolífica producción de discursos a la que estamos habituados. Es decir, la omisión no es un error, un desliz: es una decisión.
Como en tantos otros temas y problemas sociales, se nos «invita» a participar mientras se promueve la aceptación pasiva del relato y la acción política oficiales.
En cambio, las palabras de Adolfo Pérez Esquivel, «las Malvinas son argentinas y la Argentina también», sintetizan una denuncia y expresan el sentido de un proyecto.