El último jueves Hebe de Bonafini dijo en Plaza de Mayo que ella no iba a hablar de “pelotudeces”. Esta expresión fue el disparador que me lleva a escribir estas líneas. Precisamente porque considero que los hechos que a todos nos conmocionan están en las antípodas de su trayectoria ética y, como tantos otros, esperaba ¿ilusoriamente? sus explicaciones.
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Nosotros, y hablo en plural porque me siento parte de un colectivo, hemos acompañado durante los años duros de la dictadura a las Madres. Hemos querido y admirado su férrea lucha sin concesiones por la aparición con vida de los detenidos desaparecidos y por el juicio y castigo a los genocidas. Hemos sido testigos de su proceso de construcción de conciencia política y de su anhelo revolucionario producto de la práctica social que desarrollaron. Hemos conocido de cerca su firmeza y su posición ética de sostener los principios.
A partir del comienzo del período constitucional hemos tenido inmensos acuerdos y algunas divergencias. Pero, por sobre todo, siempre hemos respetado, no sólo la historia, sino su política independiente de los gobiernos y su papel cuestionador. También el liderazgo de Hebe.
No hemos compartido la consigna de “quien cobra la indemnización se prostituye” pero ¿cómo puede articularse la rigidez de aquélla postura con los negociados y la plata negra que hoy se denuncian? Hebe sí tiene la responsabilidad de decir algo sobre esto.
Resulta inaceptable que en la histórica Plaza, en presencia de funcionarios del gobierno nacional, de “la Cámpora”, de las huestes de Alicia Kirchner, de la CGT de Moyano, dijera que ella no iba a hablar de “pelotudeces”.
Nada de nuestra historia nos exime de la responsabilidad sobre los hechos que producimos. Más aún, ella misma nos exige dar cuenta de los mismos. La negativa a dar explicaciones es un acto de soberbia y de desprecio hacia nuestro pueblo y hacia todos aquellos que las merecemos, porque hemos luchado siempre y seguimos siendo coherentes con esa lucha y porque también somos dañados por la corrupción y el matonaje que ensombrecen la trayectoria del movimiento de derechos humanos.
No reconocemos en la Hebe de Bonafini actual a aquella en cuyo ejemplo de lucha nos hemos nutrido. Por eso es tan profundo el impacto subjetivo que nos atraviesa, fundado en el deseo de que esto no ocurriera, pero que, muy a pesar nuestro, la realidad nos lo impone una y otra vez.
Las palabras tienen sentido y significación, un valor simbólico. El pasaje de “Asociación” a “Fundación” marca el clivaje, confirma el cambio cualitativo en las definiciones y los proyectos de las Madres. Por un lado la Fundación pasa a ser la pantalla de una gran empresa, y por otro Hebe operadora de un gobierno. Este viraje nos diferencia y nos duele y produce un profundo daño a la lucha por los derechos humanos.
Cuando ya es imposible ocultar lo que en realidad es la punta del iceberg del escándalo de los negociados y la corrupción que involucra a la Fundación Madres de Plaza de Mayo y al Gobierno, el montaje oficialista pretende circunscribirlo al ex apoderado de la institución.
Es decir, que Schoklender, orador en el acto del último 24 de marzo realizado por las Madres en el Mercado Central, sería simplemente una “anomalía” en un proyecto que funcionaba a las mil maravillas. De hoy en más, extirpada la anomalía todo continuará maravilloso. Ni Hebe ni el gobierno quedarían involucrados y la “obra” tendrá continuidad.
El “caso Schoklender”, por el contrario, constituye un verdadero analizador que permite visualizar la esencia de la política de cooptación del gobierno de los Kirchner. Este gobierno ha desarrollado dicha política, basada en las necesidades y urgencias de los más desposeídos para manipularlas como alimento de su pretendida imagen progresista y cuyo verdadero objetivo, como toda su estrategia de gobierno ,es favorecer a ciertas empresas y negocios y repartir cargos públicos, con fondos del Estado, a cambio de apoyo político.
A los efectos de conformar un escenario que le permitiera legitimarse, puso el foco en los organismos de derechos humanos y muy especialmente, como lo explicita con cinismo José Pablo Feinmann, en Hebe de Bonafini. Para garantizarse gobernabilidad y terminar con la histórica experiencia de las asambleas populares surgidas del 2001, Kirchner aterrizó en un movimiento al que siempre había ignorado, utilizó la lucha contra la impunidad y el reconocimiento nacional e internacional de las madres y en esta misma perspectiva, no vaciló en dividir el movimiento de derechos humanos.
El blanqueo del entramado económico entre el gobierno y la Fundación, articulado por millonarios subsidios salidos de los ministerios K, pone en evidencia que la simbiosis Kirchner-Bonafini no es solamente un acuerdo político sino que la cooptación tiene una base material. En este caso, incorpora, de hecho, a la Fundación Madres de Plaza de Mayo al grupo empresarial que se ha beneficiado durante este período. Esta empresa constructora no dudó en utilizar “la patota”, marca registrada del kirchnerismo, para intimidar a quienes trabajaban en sus obradores.
No subestimo a Hebe. Cualquiera que la conozca sabe que es una mujer que tiene la lucidez de mirar el conjunto de los fenómenos que la rodean y que controla y maneja todo lo que ocurre en el ámbito de su liderazgo. Podrá decirse que no está en el último detalle de alguna operatoria, pero la Fundación es una estructura que la cuenta como protagonista con claro poder de decisión.
Evidentemente queda un hiato sin asunción de responsabilidad que, dolorosamente, confirma un antes y un después. En la Plaza de la lucha y la denuncia, Hebe de Bonafini ha hecho el jueves usufructo de impunidad.
06-06-2011
Diana Kordon
Coordinadora del Equipo Argentino de Trabajo e Investigación Psicosocial (EATIP) y de Liberpueblo.