En el marco de los Juicios que se están llevando a cabo en diferentes lugares del país, desde EATIP queremos compartir las reflexiones de una de nuestras integrantes cuyo hermano, Rafael Olivera y su cuñada Nora Rodríguez Jurado, desaparecieron el 13 de Julio de 1976 en Mendoza. Actualmente sus desapariciones están siendo investigadas, con todo lo que ello implica de retraumatizante y reparador.
Por Montserrat Olivera
La desaparición de Rafael y Nora está siendo investigada desde los primeros días de junio dentro de la causa Paco Urondo/Raboy, en el Juicio llevado adelante por el Tribunal Federal N°1 de Mendoza. Y seguramente la sentencia se producirá la primera semana de agosto.
Durante el mes de junio declararon varias personas, algunos testigos presenciales, vecinos de la casa que habitaban Rafael y Nora Olivera, compañeros de militancia, una de las hijas del matrimonio, Rosario, y yo misma, Montserrat Olivera, hermana de Rafael, entre otros.
El día de mi declaración una vecina reconoció a la persona que disparó y facilitó el secuestro de Rafael, y que fue nada menos que “Meneco” Olivera, primo hermano de Rafael. Y luego denunció cómo se llevaron de la casa a Nora y a las hijas pequeñas de ambos, volviendo más tarde a buscar “el botín de guerra”, desmantelando de este modo la casa.
Sabemos que el valor de dar testimonio comprende trascender el plano exclusivamente privado. En este caso, poder hablar de la situación vivida en ese momento histórico, del secuestro y desaparición y de las acciones que se llevaron a cabo posteriormente para dar con el paradero de Nora y Rafael, detenidos desaparecidos. A pesar del tiempo transcurrido e incluso de estar en contacto permanente con estas problemáticas por mi trabajo profesional, en lo personal testimoniar delante de sus hijas y frente a un Tribunal, en tanto representante del Estado, adquirió un significado trascendental y de intensa carga emocional como declarante.
Este juicio, como muchos otros, da cuenta también de lo reparatorio que significa poder presentarse frente a un Tribunal y expresar no sólo lo que uno puede conocer como aporte a la investigación del caso, sino también, que dé cuenta y denuncie los delitos más aberrantes cometidos por las fuerzas de seguridad. Se valieron de su “poder” para producir hechos siniestros de tortura, vejámenes, violaciones y abusos sexuales, privación ilegítima de la libertad, tormentos seguidos de muerte y homicidios agravados.
Es por esto que es importante una vez más reconocer el significado de la realización de estos juicios que están permitiendo “una nueva alternativa en el escenario de los derechos humanos y la salud mental, y que nos convoca a nivel profesional e institucional a un necesario análisis, reflexión e intervención” (Mariana Lagos, 2009).
Y en este caso en particular comprobamos el valor de los aportes de los vecinos que nos permiten acercarnos a la verdad de lo acontecido, y revelar de ese modo el horror que se vivía y el grado de represión siniestra que se llevó a cabo en ese momento.
Es por todo esto que desde EATIP propiciamos el acompañamiento a todas las personas que puedan disponerse a dar testimonio en los Juicios y tratamos de brindar una contención que, creemos, contribuirá a la construcción colectiva de la Memoria, la Verdad y la Justicia, indispensables para la elaboración de estos traumatismos colectivos.