“Busquen a mi hijo, mamá”.Las palabras de Cecilia Viñas Moreno de Penino, desde el centro clandestino de detención en el que la dictadura la tenía secuestrada, fueron escuchadas con angustia por su madre. Cecilia, al igual que su pareja,Hugo Reinaldo Penino, fue secuestrada el 13 de julio de 1977 y llevada a la ESMA. El último llamado desesperado a su madre fue en marzo de 1984 desde otro lugar, y luego no se supo más de ella.
Cecilia estaba embarazada en el momento del secuestro y dio a luz a su bebé durante su cautiverio. Y su hijo fue apropiado por Jorge Vildoza,quien fue jefe del Grupo de Tareas 3.3.2 de la ESMA hasta 1979.
Javier Gonzalo Penino Viñas recuperó su identidad en 1999 y conoció a su familia biológica, que nunca había dejado de buscarlo. Esta semana comenzó el juicio contra su apropiadora, Ana María Grimaldos, que era la esposa de Vildoza. La vida de Javier fue como un road trip: Vildoza, Grimaldos y Javier vivieron en Paraguay, y con documentos falsos se trasladaron a Sudáfrica en 1984. A los 13 años, según cuenta Javier en su declaración en el juicio contra Grimaldos, Vildoza le dijo que era adoptado.
Como señala el portal InfoJus, en su declaración Javier señaló que Vildoza le dijo que era un huérfano que le habían ofrecido adoptar y había hecho los trámites, y que era el hijo adoptivo de la familia. La defensa de su apropiadora, a quien Javier llama “mi madre”, insiste en desligarla de la apropiación. La relación con Grimaldos continúa y, de hecho, Javier viajó desde Londres, donde trabaja en el JP Morgan y reside con su familia, para declarar por la defensa.
Identidad, biología. Cecilia Viñas sólo pudo vincularse con su bebé cuando estaba en su vientre. Grimaldos fue la figura que ocupó ese lugar. Cecilia Fernández, su abuela materna, y sus tíos Carlos Viñas y Guadalupe Penino tampoco estuvieron allí para generar esa relación. Los niños que fueron apropiados en la dictadura y que, en distintos momentos, recuperaron su identidad, al conocer su origen biológico reaccionan de diferentes maneras.
“La apropiación sistemática de niños desde el Estado durante la dictadura se fundamentaba en lo que el entonces jefe de la Policía Bonaerense, Ramón Camps, aseveraba: que a los niños había que buscarles otras familias, porque si se los dábamos a sus abuelos, iban a salir subversivos”, explica Diana Kordon, psiquiatra y psicoanalista, que trabajó con las Madres de Plaza de Mayo hasta 1990 y es miembro del Equipo Argentino de Trabajo e Investigación Psicosocial (Eatip). “La apropiación rompe la cadena genealógica, no pensada como una cuestión de sangre nada más: es psíquica, social, se suprimen la historia de un sujeto y sus factores de identidad. Es diferente a una adopción. Muchos chicos saben que son adoptados, pero no saben el origen. En la apropiación, lo que está oculto está ligado al asesinato. Es una situación que tiene que ver con la perversión”, detalla Kordon.
Como Javier, muchos niños crecieron en medio de familias que los habían apropiado. Como Javier, muchos eligieron recuperar su identidad. Pero en cada caso, la vinculación con su familia biológica y la desvinculación (o no) con sus apropiadores fue singular. “A mí me interesa mucho la verdad. Reconozco completamente mi historia y quiero armarla a mi ritmo, a mis formas, sin que nadie me dicte cómo tengo que pensar y opinar. Vivir en Londres me hace bien, porque estoy lejos del ambiente tan polarizado que hay aquí”, dijo Javier ante los jueces. “Javier es el ejemplo de lo singular de cada uno. Muchas veces los cuadros psicológicos, con las generalizaciones, tratamos de anular eso. Javier habla desde lo singular y de algo muy interesante: el tiempo. Necesita tiempo para desplegarse el afecto. Cuál es ese despliegue es el misterio de cada uno”, opina María del Carmen Rodríguez Parodi, psicóloga y miembro del equipo del Centro Oro.
“Siempre es ni más ni menos que lo singular, que es justamente lo que yo creo que más nos asusta, porque nos interpela y nos coloca en lugares diferentes. Lo que constituye la verdad, una identidad lo suficientemente sólida o equilibrada es que los vínculos sean verdaderos desde lo afectivo y desde lo conceptual. Un chico que es adoptado, si lo sabe, crece con ese concepto y lo asimila, no hace ruido. En casos como éstos, de apropiación, están en juego otras variables, especialmente la mentira del origen. Y saber el origen no sólo es saber quiénes son los padres biológicos”, agrega Rodríguez Parodi.
El después de la restitución. Kordon recuerda que en tiempos pasados algunos decían que no había que restituir a los niños “porque lo que se buscaba era ocultar el asesinato y la responsabilidad de los apropiadores. Pero gracias a las Abuelas, y por el consenso social desde el punto de vista de los derechos humanos, ya no se discute la restitución de la identidad”, afirma Kordon.
Quienes recuperan su identidad en la actualidad ya son adultos. “Cada uno tiene su forma de reaccionar, cada sujeto tiene sus modos. Cuando ya son adultos hay que respetar la decisión de los sujetos. Por eso es tan importante que se abran los archivos de la dictadura, porque puede haber información para que muchos chicos conozcan su identidad. El año pasado, con la restitución de Ignacio Guido Montoya Carlotto, fue muy interesante cómo fue haciendo su proceso en esta restitución. Cada persona tramita su trauma, que no es la restitución sino la apropiación”, detalla Kordon.
Generar un lazo con la familia biológica o desvincularse de la familia apropiadora no es algo que tenga una receta magistral ni única. “Creo que lo biológico no es un determinante absoluto. El determinante de un vínculo es el afecto, el amor. Puede pasar o no que haya un vínculo afectivo con la familia biológica, porque lo biológico no es un determinante absoluto: muchas veces no se constituye el vínculo sólo por lo biológico. Es misterioso cómo lo biológico está latente, pero también puede no estarlo. Si uno no se dispone, no se da el vínculo. Vincularse es una apertura afectiva, porque no se puede inventar el afecto”, opina Rodríguez Parodi.
En cuanto a la relación con los apropiadores, para la psicóloga, “frente a la verdad de que son apropiadores, el gran conflicto es que hay un vínculo constituido que tiene que ver a la vez con el vínculo biológico. Y ese entramado, ese tejido afectivo, forma parte de su historia. El afecto hace surco adentro de nosotros y ese surco nos constituye. Y, sin ser un negador, se puede sentir afecto. De hecho hay muchos casos, no sólo respecto de hijos de desaparecidos, de lazos que se sostienen a pesar de que los padres están en la cárcel hasta por matar al otro progenitor», ejemplifica Rodríguez Parodi. “Está la diversidad de los vínculos y sobre todo el misterio del amor. Los tiempos del afecto no son los tiempos de la ley”, concluye la psicóloga.
Fuente: Diario Perfil. 03/03/2015